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El sinuoso camino de revitalizar la democracia en Argentina

El sinuoso camino de revitalizar la democracia en Argentina

En el lento proceso de consolidación democrática iniciado hace 40 años, las oscilantes promesas de grandeza económica y las ficticias políticas de progreso fueron provocando una corrosión al ideal democrático de igualdad y libertad.

Al conmemorarse un nuevo aniversario del retorno democrático a nuestro país, el 30 de octubre de cada año –y de forma ininterrumpida desde 1983– se convirtió en un símbolo apropiado por la memoria colectiva argentina que desborda las banderas partidarias de la UCR.

La profunda herida causada por seis interrupciones democráticas en nuestro país, y el uso de la fuerza y la violencia como únicas formas de diálogo político, fueron lentamente curándose con el proceso de transición hacia un modelo de vida en democracia que el 30 de octubre de 1983 puso a Raúl Alfonsín a cargo de la presidencia del país.

“Vamos a vivir en libertad, de eso no quepa duda”, fue tanto una declaración de fe política que marcaría todo su gobierno como una exhortación que hemos recibido en legado no sólo los correligionarios del centenario partido de la UCR, sino también todos los gobiernos que han seguido de1983 a nuestros días.

Y siendo aun Hipólito Yrigoyen, otra emblemática figura del radicalismo, el primer presidente con legitimidad democrática electoral de nuestra historia, con una participación superior al 60% del padrón electoral, es Alfonsín el símbolo identitario de un proceso de pacificación y acuerdo social que logró superar los golpes de Estado, la privación de los derechos sociales y políticos y los momentos más oscuros de nuestra historia.

La recuperación democrática es tarea diaria

En el lento camino de consolidación democrática iniciado hace 40 años, las oscilantes promesas de grandeza económica y las ficticias políticas de progreso fueron provocando una corrosión al ideal democrático de igualdad y libertad, opacado por liderazgos personalistas cuya voluntad ha sido la confusión entre sus deseos y las necesidades reales.

Este distanciamiento entre el ideal democrático y las promesas incumplidas ha ido socavando la confianza en la política y en sus actores, haciendo que las crecientes necesidades insatisfechas busquen nuevos espacios de representación y reclamo.

El paradigma de la grieta y el enfrentamiento irreconciliable entre fuerzas partidarias han reemplazado la idea de puentes de diálogo dentro la política, “la democracia aspira a la coexistencia de las diversas clases y actores sociales, de las diversas ideologías y de diferentes concepciones de la vida”, expresaba Alfonsín en aquel mismo discurso.

Esa situación es la que hoy preocupa a toda la población y promueve el desencanto con la dirigencia política, centrada en su propia agenda y en sus propios debates más que en la retroalimentación con la ciudadanía.

El extraordinario legado democrático que el 30 de octubre de 1983 nos ha dejado junto a la figura de Alfonsín involucra una dimensión sobre la dignidad, sobre los derechos humanos, sobre el desarrollo económico, sobre la política al servicio de las necesidades, pero que debe ser ratificado con un compromiso permanente de todos los actores sociales y políticos, conscientes de que la democracia no sólo es una forma de gobierno, sino un régimen político que representa una forma de vida.

La democracia no garantiza la eliminación de los conflictos ni asegura la conciliación de todos los desacuerdos, pero si nos ofrece las herramientas para reemplazar la fuerza y la violencia por el diálogo, y, desde ahí, admitir que aun en las diferencias podemos construir un modelo de país dirigido al desarrollo humano pleno.

Repensar la democracia y valorarla nos permite ampliar la mirada en los procesos de debate y diálogo institucional, y dejar de lado la preocupación por desacuerdos menores y trabajar en la construcción de ideas y políticas públicas que sobrevivan a los cambios de gobierno, y, con ello, a los cambios de nombres.

Haciendo eco nuevamente de las palabras pronunciadas aquel 30 de octubre, “(…) los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”. Y esto es tarea diaria.

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